sábado, 8 de abril de 2017

Un magnífico día de primavera en el País Vasco

Hoy ha amanecido un magnífico día de primavera en el País Vasco. Me viene a la memoria otro día soleado de primavera. Fue hace 18 años, en Bruselas, donde vivía por aquel entonces. ¡Cómo pasa el tiempo!

Sentado en el césped en una campa del Bois de la Cambre, junto al estanque, charlaba animadamente con un grupo de españoles, procedentes de diferentes comunidades autónomas que, como yo, trabajaban o estudiaban en la ULB. Yo era el único vasco y era un recién llegado.

ETA había declarado una tregua el año anterior, en septiembre de 1998, y ese resultó ser el tema de conversación. En la ronda de opiniones, lógicamente, todos me miraron a mí con especial interés. Se me ocurrió, entre otras consideraciones, criticar con una cierta dureza la actitud del siniestro personaje que ocupaba el cargo de ministro del interior quien, día sí día no, cizañeaba sin descanso en los medios de comunicación como si deseara fervientemente que la tregua finalizara, como si necesitara al enemigo activo para justificar su papel de salvapatrias… ¿Acaso lo deseaba?

Mi improvisado discurso alarmó a mis contertulios, algunos de los cuales no duraron en endilgarme una etiqueta de radical. Se equivocaban, pero a mí me daba igual. Tenía otros asuntos más importantes de los que ocuparme y no tenía prisa; ya me irían conociendo.

Por utilizar esa palabra tan resobada y cansina tan de moda en los medios de comunicación, hoy se ha “escenificado” la entrega de armas por parte de ETA, el desarme definitivo.

Estoy segurísimo de que no se han declarado todos los zulos. Quedarán por ahí armas deslocalizadas, otras que no se han declarado para evitar comprometer a gente…, qué se yo. En definitiva la controversia está servida, como es lógico. Es lógico que unos quieran olvidar y otros exijan justicia.

Queden o no armas, no parece probable que el terrorismo independentista vasco pueda regresar. Aquí ya no caben los tiros ni las bombas. Seguramente seguirán quedando algunas de esas hordillas de idiotas violentos que insultan, tiran piedras y hacen pintadas, pero no serán más que eso, rebaños descerebrados de esos que hay en todas partes encabalgados en la kale borroka, el fútbol, la religión, la “raza”, la nostalgia de otros tiempos o en cualquier otra milonga.

Hoy es un gran día porque se ha dado un paso más hacia la paz, aunque los pasos hacia la paz nunca satisfacen a todos. Casi nunca hay una paz sin vencedores y vencidos. Casi ninguna paz ha satisfecho casi nunca a todas las partes.

Comprendo la necesidad de las víctimas de que se haga justicia. Nadie más que ellos conocen el dolor que esa violencia absurda les ha causado. Comprendo también a los que abogan por la negociación, porque la paz no tiene precio. Bueno, en realidad sí lo tiene, tiene que tenerlo, pero no sería yo tan osado como para intentar tasarlo. No comprendo, sin embargo, a esos “agentes dobles” que, como nuestro amigo el siniestro, se desviven por mantener estas heridas abiertas mientras que no cejan en su obsesión por impedir que se oxigenen otras que prefieren mantener enterradas. ¡Ay, la memoria histórica disléxica!


Hoy ha amanecido un magnífico día de primavera en el País Vasco. Confío en que el sol no deje de brillar.

viernes, 24 de febrero de 2017

Señora Ruth Mayoral, permítame que discrepe.


Ruth Mayoral, de ZAWP (Zorrotzaurre Art Work in Progress), comparte en su muro de Facebook un interesante artículo de su autoría titulado “Perfect future” en la publicación MAS CONTEXT:


En el artículo intenta responder a una pregunta a todas luces complicada: “What elements do we need to emphasize, incorporate, or avoid so that Bilbao can become the city that it needs to be in the future?” (o lo que es lo mismo, ¿Qué elementos debemos enfatizar, incorporar o evitar para que Bilbao pueda convertirse en la ciudad que tiene que ser en el futuro?).

No me voy a poner a explicar quién es Ruth Mayoral ni qué es ZAWP, porque me iba a enrollar más de lo necesario y no iba a ser capaz de hacerlo bien, así que os dejo un par de enlaces para que lo descubráis por vosotros mismos:




Volviendo al artículo, cuya lectura os recomiendo, no puedo dejar pasar algo que escribe Ruth con lo que discrepo del todo: “ZAWP is situated in an area that does not provide solutions, only a few temporary responses” (ZAWP se ubica en un área que no aporta soluciones, sino únicamente unas pocas respuestas temporales).

¡ D I S C R E P O !

No voy a ser yo quien descubra la impresionante transformación urbana que ha experimentado Bilbao en los últimos años, ni quien niegue el enorme mérito de la larga lista de gente que la ha hecho y la sigue haciendo posible. Esa metamorfosis continúa con un desafío apasionante: la apertura del canal de Deusto y la regeneración de Zorrotzaurre. Una aventura de luces y sombras, de aciertos y yerros, de lentos avances no exentos de problemas, unos grandes, otros pequeños, y alguno que otro que nunca debería haber existido.

Supongamos que ponemos en una coctelera esas luces y esas sombras, los aciertos y los yerros, sin olvidar los problemas; y supongamos que ponemos ZAWP en una de esas batidoras de hacer zumos y luego lo destilamos, ponemos el destilado en la coctelera y lo agitamos todo bien agitadito.

¿Acaso no crees, Ruth Mayoral, que de esa mezcla podría salir algo bueno?, ¿que ese destilado hecho de valentía, flexibilidad, imaginación, adaptabilidad, coraje, modestia, implicación, posibilismo y otras finas hierbas no les podría dar un buen vapuleo a algunos de esos problemas, sobre todo a los que nunca deberían haber existido?

Quien tenga ojos para verlo y la voluntad de quererlo entender descubrirá que ZAWP es una fuente inspiradora de soluciones, al menos eso es lo que creo yo, y por eso discrepo.

La península de Zorrotzaurre, esa península de la que las leyendas urbanas aseguran que algún día será isla, me fascina desde hace unos cuantos años. Mi padre nació allí mucho antes de que fuera península, en su iglesia tuve el gusto de debutar como solista de una coral y, mucho después, por motivos profesionales, he llegado a conocer ese trozo de tierra casi mejor que mi propia casa. Además, para los amantes de la fotografía, como es mi caso, es un auténtico paraíso. Por cierto, mi foto de portada de Facebook está tomada en Zorrotzaurre, y hasta ese ukelele que aporreo en ella viene de allí (a ver si algún domingo de estos me dejo caer en una ukedada de las de Marcos Feijoo).

Zorrotzaurre me ha gustado siempre, pero me gusta más desde que tuve la suerte de conocer a Ruth, y a Manu, y a algunos otros que hacen que ZAWP sea una bonita realidad.

Os deseo mucha suerte, muchos éxitos y muchos largos y prósperos “mientrastantos”.

domingo, 29 de enero de 2017

Cuando tergiversar es mentir



Leo con asombro el titular de una noticia aparecida en el periódico Deia de hace unos días: 

“Los comedores escolares ecológicos ahorrarían miles de toneladas de CO2”.

Continúo leyendo con curiosidad y mi conclusión es clara. Lo que nos cuenta Idoia Alonso, firmante del texto, es…

MENTIRA

Desde hace un tiempo es una especie de trending topic el empeño que les ha entrado a algunas asociaciones de padres y madres de alumnos y alumnas de colegios y colegias por promover, cuando no exigir, que los comedores de los colegios de sus retoños y retoñas implanten menús ecológicos. ¿Cuál es la justificación para este movimiento social? A mí solo se me ocurren tres posibilidades: que los que promueven este despropósito

a) lleven comisión con alguna empresa de ecológicos

b) ignoren que los alimentos ecológicos no son mejores para el medio ambiente, ni son más sanos ni más sabrosos

c) piensen, sin haberse parado a reflexionar ni a informarse sobre el tema, que todo lo que lleva la etiqueta de ecológico (o bio, u orgánico, o natural…) es “superguay”

Si se preocuparan por informarse un poquito sabrían que la norma que regula el etiquetado ecológico es una engañufla en toda regla que para lo único que sirve es para encarecer unos productos que, por otro lado, no tienen ninguna ventaja sobre los productos “normales” y, si acaso, presentan algunos riesgos higiénicos estadísticamente mayores que los de estos últimos.

Pero volvamos al artículo. Según la periodista, un estudio encargado por una confederación de padres y madres, demuestra que cambiar el modelo de catering de los comedores escolares de la CAPV por productos ecológicos de producción local equivaldría a sacar de la carretera 40.000 coches que hicieran el trayecto Bilbao-Tokio. Por lo que leemos en el impactante artículo, esto se enmarca en una iniciativa que reivindica un nuevo modelo de comedor “más sano, cercano y justo”.

¿Dónde está la trampa? Pues es muy fácil de detectar:

¡LOCAL NO ES LO MISMO QUE ECOLÓGICO!

El ahorro no está realmente en que los productos sean ecológicos, sino en que se produzcan en un entorno cercano, con lo cual el transporte resulta más barato. Lo local no tiene por qué ser ecológico. Es más, las explotaciones agrícolas y ganaderas locales no son demasiado grandes, por lo que a menudo no les compensa integrarse en modelos de producción ecológica, por una mera cuestión económica.

Hay una tendencia muy marcada entre los apóstoles de lo ecológico a intentar confundirnos utilizando como ejemplo de "ecológico" los productos de esos pequeños agricultores y ganaderos que aún mantienen sistemas artesanos de explotación que permiten que los vegetales tengan unas propiedades, aroma y sabor excelentes al ser recolectados en su punto de madurez, o que la leche sea leche y el pan pan. Productos excelentes por los que merece la pena pagar el doble o el triple que por un producto normal. Pero es que esos productos no tienen nada que ver con toda esa mierda que cada vez más inunda comercios y supermercados rebozados en etiquetas de eco, bio, natural 100%...

Con todo este pudin de ideas tergiversadas nos cantan las maravillas de los menús ecológicos en los colegios, y al hacerlo nos mienten, porque no comparan los costes ambientales de productos “ecológicos” frente a otros, sino de productos foráneos con locales, que, por cierto, lo único que los distingue es que se han producido cerca, y no tienen por qué ser mejores, ni más sanos, ni más ecológicos ni más nada de nada.

Padres y madres de alumnos y alumnas del mundo y de la munda: dejaos engañar por estas patrañas y vuestras criaturas no comerán más sano, ni más sabroso, pero sí más caro, y en cuanto a lo de “justo”, preguntadles a aquellos cuya situación económica les impida afrontar los sobrecostes y no se puedan permitir esos comedores tan “cool”.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Hasta nunca, comandante.



Una persona que tiene el carisma, el valor y la generosidad de entregar su vida a una revolución destinada a liberar a un pueblo de un régimen injusto, merece un lugar de honor en la historia. Es alguien grande.

Cuando ese alguien, tras la revolución, se agarra al poder como una garrapata, y no duda en encarcelar, torturar y asesinar a todos aquellos que pretendan ponerlo en duda, el valor se vuelve cobardía, la generosidad mezquindad y la grandeza miseria.

Yo, que amo la libertad, nunca he sido capaz de encontrar ninguna diferencia entre dictadores rojos o azules, de derechas o de izquierdas, de arriba o de abajo. Ni siquiera entre cualquiera de esos y los dictadores de en medio. Todos son dictadores. Todos son el antídoto de la libertad. Todos adoran el consenso, ese consenso que se consigue eliminando a los disidentes.

Yo, que amo la libertad, nunca he entendido por qué personas que se dicen demócratas sienten la necesidad de justificar a dictadores “de su color”. No me vale que fulanito promoviera una sanidad admirable, ni que menganito inaugurara unos pantanos cojonudos, ni que zutanito impulsara el deporte de competición como nunca se había hecho. ¿Acaso puede nada de eso justificar una sola muerte? ¿Acaso puede justificar miles de ellas? ¿Acaso puede justificar la conculcación de la libertad de millones de personas?

Hoy he oído hablar bastante de las famosas partidas de dominó entre Fraga y Castro. Un bonito paradigma de eso que algunos dicen de que los extremos se tocan. Fraga y Castro, tan distintos y, en el fondo, tan lo mismo: dos amantes de la opresión, enemigos de la libertad del prójimo.

Hasta nunca comandante.

martes, 8 de noviembre de 2016

El mundo al revés

Hoy es el día. Llevo muchos años preparándome para este momento.

No puede fallar nada.

He leído todo lo leíble, estudiado todo lo estudiable, me he formado con los mejores maestros, he recorrido el mundo para ver las creaciones más innovadoras y aprender de sus artífices, he trabajado de sol a sol, he tachado, he corregido, lo he tirado todo y he vuelto a empezar, una y otra vez…

He sacrificado muchas cosas, pero lo he logrado. Mis maestros me han felicitado por el resultado, me han dicho que están orgullosos de mí.

No puede fallar nada.

Hoy comparezco ante el vizconde para presentarle el puente que he diseñado para unir los dos lados de la ciudad. El puente que permitirá el paso de los carros de mercancías, de las caballerías del ejército, de los rebaños… El puente que sustituirá al viejo de madera, permitiendo que los barcos lleguen río arriba con sus cargamentos.

No puede fallar nada.

Me he puesto mi mejor traje. No es gran cosa, pero es el mejor que tengo. Al menos está limpio, no demasiado descolorido, y los pocos remiendos que tiene están bien disimulados. Entro en el palacio con decisión, con los planos bajo el brazo, y aprovecho para admirar el buen trabajo que hicieron sus constructores.

No puede fallar nada.

Un mayordomo me lleva hasta un lujoso salón y me deja plantado delante de una mesa larga tras la que se sienta, en el centro, el vizconde. Lo flanquean dos personas más. Los conozco. ¿Son los que van a juzgar mi proyecto?

Algo no va bien.

Les muestro los planos, les explico el diseño y les cuento cómo será el proceso de construcción. He previsto con detalle el origen de las materias primas, la necesidad de mano de obra, los plazos, los costes…, todo.

El vizconde hace como que escucha pero se lo ve aburrido, pensando en cualquier otro asunto más excitante, como una tarde de caza o una buena fiesta en la corte. Los otros me observan, hacen muecas, de vez en cuando se miran entre ellos, cuchichean algo y se ríen. Yo mantengo la calma y continúo con mi exposición, como si nada.

El de la derecha es un joven rubio de mofletes sonrosados que no deja de hurgarse la nariz. Hace pelotillas, pero solo se come la mitad. Las demás las lanza hacia mí con una sonrisa que pretende ser maliciosa pero que se queda en bobalicona.

El de la izquierda es moreno y muy velludo. Con una astilla afilada lo mismo se saca mugre de entre las uñas que se excava el sarro o se rasca las orejas.

El rubio me interrumpe con un carraspeo. Yo hago una pausa y le miro expectante.

­—La cosas esas que abultan en los costaos del dibujo no me gustan.

—Son las pilas —le explico—, son necesarias para reforzar la estructura.

Pos no me gustan…

El moreno también se anima a dar su opinión, sin dejar de masticar su astilla.

—Los agujeros son muy grandes. Hacen feo. Pa mí que habría que poner más agujeros pequeños, pa que no tenga cuesta.

—El puente está diseñado para que resista la corriente y permita pasar a los barcos que traen mercancías de la capital. Por eso tiene tres ojos…

—¡Ojos!, ja, ja, ¡ojos! Lo que tiene es tres culos —el rubio alardea de risa boba, recorriendo con la mirada las amplias alas de la sala, disfrutando de su público imaginario. Remata la gracia lanzándome un proyectil de moco.

Yo intento retomar mis explicaciones pero los tipos no dejan de interrumpir.

—A mí no me convence —dice con cara de asco el rubio.

—Hacerlo de piedra es una idiotez —sentencia el otro—. Hay que hacerlo de madera, como el de ahora.

—¡Eso, una idiotez! —se solidariza el de los mofletes.

El vizconde parece no estar ahí. Sigue pensando en su cacería, o en su fiesta, o en lo que sea, pero de repente despierta de su sopor y da por finalizada la presentación. El mayordomo arranca los planos de mis manos y se las entrega a su amo, me toma del brazo, me acompaña a una pequeña alcoba y me dice con tono abrupto que espere allí mientras el tribunal —¡el tribunal!— estudia mi propuesta.

Al cabo de un rato muy cortito se abre la puerta y entra un hombre con mis planos. Lo conozco. Es el arquitecto de palacio.

—No les ha gustado —me dice al entregarme los rollos—. Lo siento.

—¿Qué no les ha gustado? ¿Acaso el hombre rubio no es el hijo del porquero, del que incluso su padre reniega por borracho, vago y mujeriego? Y, ¿no es el moreno el que mató al escribano con un garrote porque decía que saber leer era algo demoníaco?

—Los mismos —me contesta con una sonrisa amarga.

—¿Y acaso no sois vos el arquitecto de palacio? ¿No deberías haber sido vos, y solo vos, el encargado de juzgar mi trabajo y de decidir si es bueno o no lo es?

—Mis obligaciones me mantienen alejado de estas cosas. Reuniones en la corte, fiestas, banquetes…

Lo miro con los ojos muy abiertos, sin saber qué decir.

—No me miréis así —me dice—. A mí tampoco me gusta esta vida, pero es lo que hay. Es lo que el vizconde desea. Ahora tiene a sus consejeros.

—¿Sus consejeros? ¿Esos dos? ¿Y por qué ha ido a elegir precisamente a esos dos, que no son capaces ni de escribir su nombre?

—Nadie lo sabe. Son sucios, groseros y profundamente ignorantes. Tarde o temprano llevarán a la ciudad a la ruina, pero ahí están, y no parece que nada ni nadie vaya a poner remedio a esta situación.

Estrujo los planos entre mis manos temblorosas por la rabia contenida y salgo cabizbajo.

—Por si os interesa saberlo, a mí sí me gusta vuestro puente —me grita el arquitecto mientras me alejo—. Es un diseño brillante.

Atravieso la ciudad a paso ligero, renegando entre dientes, hasta que llego al río. Cruzo hasta el centro del viejo puente y me apoyo en el pretil destartalado. Arranco un trozo de plano y lo lanzo al agua. Mientras se aleja flotando aguas abajo lanzo otro, y luego otro y otro más. Ya no hay planos, sino una flota de pedazos que navegan rumbo al mar.

Mis uñas se clavan en la madera putrefacta del puente viejo. Aprieto los dientes. Me aguanto las ganas...

jueves, 27 de octubre de 2016

Vidas vacías

El viejo sabio tenía la costumbre de dar largas caminatas por las afueras de su ciudad, huyendo del bullicio para perseguir el silencio y la quietud que requerían sus cavilaciones y filosofías.


Una mañana, mientras caminaba por una llanura árida, casi desértica, se topó con un hombre semidesnudo, inmóvil, que yacía sobre una gran roca plana.

—¿Qué haces? —le preguntó el viejo.

—Espero —contestó lacónico el hombre.

—¿Y a quién esperas? —insistió el sabio—, no parece que por aquí pase demasiada gente.

—Espero a la Muerte.

—¿Por qué quieres morir?

—Porque no tengo vida.

—¿Cómo que no tienes vida?, yo te veo muy bien. Tu aspecto es saludable.

—Tengo buena salud, sí, pero por dentro estoy vacío.

—¿Cómo es eso? —el sabio estaba intrigado.

—Yo tenía una vocación. Desde muy joven quise ser científico. Trabajé duro, muy duro, y  por el camino fui dejando de lado todo lo demás: familia, amigos, aficiones…

—¿Lo conseguiste?

—Lo conseguí. Llegué a ser un científico respetado y pude hacer algunas cosas buenas por la comunidad.

—Y, ¿eso no te llenó?

—Me llenó, sí, pero no duró mucho —el hombre cerró los ojos y una lágrima corrió por su mejilla—. Las cosas cambiaron en la ciudad. Los gobernantes se rodearon de consejeros ignorantes que me despreciaron y humillaron, igual que despreciaron y humillaron a muchos otros para ocultar su ignorancia y su falta de vergüenza.

—Y los gobernantes…, ¿no hicieron nada?

—Los gobernantes se acomodaron a la ignorancia y la displicencia, a la placidez de no saber. Y nos desterraron. Por eso estoy vacío. Ya no me queda nada. No me compensa vivir. Por eso estoy esperando a la Muerte.

El viejo se alejó lentamente, cabizbajo y pensativo. Caminó trabajosamente hasta alcanzar un altozano desde el que se dominaba buena parte de la ciudad. Entornó los ojos y se protegió con las manos del sol cegador. Desde allí podía contemplar las calles intrincadas, la plaza, el palacio, el templo…

Se quitó la túnica y se tumbó sobre una gran roca plana…, y se dispuso a esperar.

sábado, 13 de agosto de 2016

Las aventuras de Magdalena Sánchez Blesa

¿Que quién es Magdalena Sánchez Blesa? ¿No os suena de nada? Es probable que no.

Cuando tienes en tu entorno personas que de vez en cuando te recomiendan películas terminas viendo algunas que de otra manera no se hubieran cruzado en tu vida, a veces para bien, otras…, no tanto.

Ayer me tocó ver una de esas películas: Las aventuras de Moriana.

En la primera escena una mujer está siendo despedida por teléfono mientras espera a ser desahuciada. Al tiempo que ella despotrica con su marcado acento murciano sus hijos no dejan de dar la tabarra y un grupo de militantes antidesahucio se manifiesta bajo su ventana.

La cosa huele a comedieta loca, y a mí casi nunca me gustan las comedietas locas. Empezamos mal. Estoy a tiempo de apagar y entretenerme con cualquier otra cosa.

Pero sigo viéndola. La mujer, Magdalena, se echa la vida a la espalda, se tira a la calle y se embarca en una aventura surrealista en la que ocupa un restaurante abandonado y termina rodando una no menos surrealista película, protagonizada, Ahí es nada, por la gran Terele Pávez, en un intento desesperado de sobrevivir a su angustiosa situación.

No es por desmerecer al resto del elenco, pero a medida que la Magdalena personaje se va comiendo el mundo, la Magdalena actriz se zampa la pantalla entera.

Antes he hablado de surrealismo, pero el surrealismo total llega después de la peli. Intrigado por la estupenda actriz que acabo de descubrir me pongo a ver quién es, qué otras cosas ha hecho…, y resulta que Magdalena Sánchez Blesa, que en la película se interpreta a sí misma (junto con su familia, que también se autointerpreta), no son gente de cine, sino los dueños del restaurante de la peli, que existe de verdad, y han hecho la película para salvarlo de una malísima racha motivada por la crisis… ¡La película y la realidad se mezclan!

Seguramente Las aventuras de Moriana no optará a los Óscar ni a los Goya (en mi opinión Magdalena sería una muy digna candidata a actriz revelación), pero se deja ver muy a gusto, y más a gusto aún cuando uno sabe la grandísima aventura vital que se oculta entre bambalinas.


Enhorabuena, Magdalena y compañía. Os deseo lo mejor.